sábado, 8 de diciembre de 2012




Otra vez la hora del amor. Estamos al borde de un abismo (entiéndase el plural como mi mente, yo y mi otro yo). Nuevamente dada vuelta. Sin cabeza. Sin sentido. Sin sentido de la anatomía. Me acerco a vos lentamente... casi cercándote. La salida es ahuyentar(me) con mi  propio reflejo. Estamos hablando de vos, ¿y vos quién sos?, ¿acaso sos alguien?, ¿o algo?, ¿existís?, ¿sos siempre producto de mi imaginación, o a veces te tienta venir a mi mundo verídicamente?, ¿tenés cabeza o a veces la perdés?, ¿la perdés realmente o es solo para asemejarme?, ¿te asemejás porque querés, o porque sos mi viva imagen, porque sos mi propio reflejo? Entonces frente al espejo nos miro, a vos, a mí, no sé, quién seas vos... pero te veo conmigo, o me veo y nos veo... no lo sé. Sólo sé que vos estás ahí quiera yo o no. Justamente por ello dudo de tu existencia. 
Te puedo respirar, rebozar (te puedo manchar), mover. Todo eso debería hacerme sentirte, ¿o no es así?. ¿Pero te siento?. ¿Te siento en la gota que nos enlaza en medio de un ritual sicalíptico?, ¿te siento en medio de los impulsos nerviosos del rozar de tus labios, drogándome en endorfinas?, ¿y en cada parte erógena que yace entumecida, momentánea y enardecidamente?, ¿sostenés, acaso, esa impaciencia?, ¿y puede, luego, tu presencia, llevarme hasta un momento paliativo?. ¿Podés casuarme tal sensibilidad, entonces?, ¿podés hacerlo existiendo o en caso contrario? 
No respondas. De todos modos, hoy no te di una boca.

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