jueves, 13 de diciembre de 2012

Cómo como cuando le hacés falta a todo mi organismo. Por las energías que pierdo anhelándote, por la dopamina que corre rápido por mi torrente sanguíneo, y por el implacable deseo de tu caricia sobre mi zona cigomática. Mi presión arterial se vuelve incontrolable al punto máximo de esa utopía propia de mí. Propio del conjunto de proyecciones que se revelan y revolotean, abismándome hacia tus labios y desdeñándome de ellos como si fuera un juego perenne. No puedo ni pretendo huir. Cada milímetro de fricción de nuestras epidermis logran impregnársenos, cortando el silencio, produciéndonos una herida imborrable, la herida de las palabras que no fueron lo que querían ser, pero dijeron lo que debían decir, sin hacerlo. Suficiente es el silencio de tu caricia cuando está presente. Cuando se ausenta, entre medio de mi imaginación y de mi delirio, la estridente sombra que me abraza, y las palabras que dicen más de lo que deberían decir. Quisiera aferrarme a tu enigmático solaz, donde es probable que perdamos y que ganemos simultáneamente. Sin embargo, nos arriesgamos a socavar nuestros cuerpos perdidos en los laberintos del amor. 

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