jueves, 13 de diciembre de 2012

No somos seres racionales, somos aún seres emocionales que aprendimos a pensar.
Las emociones controlan mucho más la razón que la razón la emoción.


Estanislao Bachrach.


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Cómo como cuando le hacés falta a todo mi organismo. Por las energías que pierdo anhelándote, por la dopamina que corre rápido por mi torrente sanguíneo, y por el implacable deseo de tu caricia sobre mi zona cigomática. Mi presión arterial se vuelve incontrolable al punto máximo de esa utopía propia de mí. Propio del conjunto de proyecciones que se revelan y revolotean, abismándome hacia tus labios y desdeñándome de ellos como si fuera un juego perenne. No puedo ni pretendo huir. Cada milímetro de fricción de nuestras epidermis logran impregnársenos, cortando el silencio, produciéndonos una herida imborrable, la herida de las palabras que no fueron lo que querían ser, pero dijeron lo que debían decir, sin hacerlo. Suficiente es el silencio de tu caricia cuando está presente. Cuando se ausenta, entre medio de mi imaginación y de mi delirio, la estridente sombra que me abraza, y las palabras que dicen más de lo que deberían decir. Quisiera aferrarme a tu enigmático solaz, donde es probable que perdamos y que ganemos simultáneamente. Sin embargo, nos arriesgamos a socavar nuestros cuerpos perdidos en los laberintos del amor. 

sábado, 8 de diciembre de 2012




Otra vez la hora del amor. Estamos al borde de un abismo (entiéndase el plural como mi mente, yo y mi otro yo). Nuevamente dada vuelta. Sin cabeza. Sin sentido. Sin sentido de la anatomía. Me acerco a vos lentamente... casi cercándote. La salida es ahuyentar(me) con mi  propio reflejo. Estamos hablando de vos, ¿y vos quién sos?, ¿acaso sos alguien?, ¿o algo?, ¿existís?, ¿sos siempre producto de mi imaginación, o a veces te tienta venir a mi mundo verídicamente?, ¿tenés cabeza o a veces la perdés?, ¿la perdés realmente o es solo para asemejarme?, ¿te asemejás porque querés, o porque sos mi viva imagen, porque sos mi propio reflejo? Entonces frente al espejo nos miro, a vos, a mí, no sé, quién seas vos... pero te veo conmigo, o me veo y nos veo... no lo sé. Sólo sé que vos estás ahí quiera yo o no. Justamente por ello dudo de tu existencia. 
Te puedo respirar, rebozar (te puedo manchar), mover. Todo eso debería hacerme sentirte, ¿o no es así?. ¿Pero te siento?. ¿Te siento en la gota que nos enlaza en medio de un ritual sicalíptico?, ¿te siento en medio de los impulsos nerviosos del rozar de tus labios, drogándome en endorfinas?, ¿y en cada parte erógena que yace entumecida, momentánea y enardecidamente?, ¿sostenés, acaso, esa impaciencia?, ¿y puede, luego, tu presencia, llevarme hasta un momento paliativo?. ¿Podés casuarme tal sensibilidad, entonces?, ¿podés hacerlo existiendo o en caso contrario? 
No respondas. De todos modos, hoy no te di una boca.

viernes, 7 de diciembre de 2012

La lectura es la fábrica de la conciencia revolucionaria.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, 

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.» 

El viento de la noche gira en el cielo y canta. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. 
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 

Ella me quiso, a veces yo también la quería. 
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. 
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. 
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. 
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. 
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. 
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. 
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, 
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, 
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, Poema XX.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Otra vez el amor. No debatirse más, hacerse una con la que renunció desde siempre. Lo que tú quieres no tiene nombre. Lo que no tiene nombre no existe.